Nota: El autor de este texto nos ha dado permiso para publicarlo aquí, eliminando su nombre. El autor se habla a sí mismo en el texto, donde se ha reemplazado su nombre por asteriscos. Por esa misma razón el texto aparece sin firma.
Madrid, 1999. Tengo 17 años y comienzo, sin saber muy bien por qué, el doble grado de periodismo y comunicación audiovisual en la Universidad Francisco de Vitoria. Mis orientadores me decían que ‘escribía bien’, y como lo de entrenador de fútbol o las bellas artes no eran opciones ‘con salida’ pues nada, a darle a la pluma en Madrid. Nueve meses más tarde, como si fuera un embarazo subrogado, parí un primer curso aprobado, entregué la criatura a la nada y abandoné la carrera de periodismo. No era lo mío escribir lo que me pedían otros que escribiera, así que decidí estudiar para vender mejor lo que otros querían que vendiera: bienvenido, Mr. Marketing.
¿Sabéis cómo comienzan los capítulos de Los Simpson? ¿Esa introducción que te plantea una historia, pero luego el capítulo se desarrolla por otro camino completamente distinto e inesperado? Esto es igual, no voy a hablar de carreras, vengo a hablar de fascismo.
No hablo de política en mi muro, pero esto no va solo de política. No va de llamar a unos ‘naranjitos’ a otros ‘peperros’ y a otros ‘socialistos’… Esto es mucho más grave. Esto va de VOX. Y va de VOX porque siempre, siempre, siempre, pecando incluso de impopular o de borde, me gusta ejercer de abogado del diablo, me gusta evitar el ruido de los medios, colorados o azulados según sean sus intereses o sus patrones, pero por Dios Santo y la Virgen… ¡es que vuelven! ¿No lo veis?
Volvamos a Madrid, a 1999. En Plaza Cubos los skin se reunían alegremente, luciendo cabezas rapadas, Doc Martin y camisas Lonsdale. En los bajos de Moncloa había garito tras garito donde quedaban para hacer mosh (a lo bestia, ni en un concierto de Brutal Death) con la mano derecha alzada y la cruz gamada por bandera. Aitor Zabaleta llevaba poco más de un año muerto a manos de esta gente, siete años llevaba enterrada Lucrecia Pérez, asesinada a tiros por ultras en Madrid. Por ser dominicana. ¿Sabéis qué se cantaba impunemente en el Bernabéu en 1999? “¿Dónde está la Lucrecia, la Lucrecia dónde está? ¿Dónde está la Lucrecia? ¡Que la vamos a matar!”. Sus asesinos ya llevan varios años libres. ¿A quién creéis que votaron en las últimas elecciones?
Lo más memorable de ese año en Madrid fue un proyecto que nos dieron en la asignatura de Comunicación en Radio. Mi profesora era Ángeles Macua, que algunos quizás recordéis por interpretar a la vidente argentina, Catalina, en Farmacia de Guardia. No era vidente ni argentina, pero era una estupenda profesora que contagiaba su pasión por comunicar. Y así, el proyecto de entrevista a un personaje interesante, me llevó (esto da para otra historia) a entrevistar a un neo nazi. Para ello, me acerqué a un compañero de clase que era Ultra Sur, me hice pasar por ‘simpatizante’ con ganas de sorprender a la ‘roja’ de audiovisuales con una entrevista que la acojonara. Me presentó a un ‘camarada’ que era de Bastión. Así empezó todo.
Durante meses salí por Moncloa, por plaza Cubos, con la cabeza rapada, patillas largas, botas militares y chaquetas bomber. Paseé por las calles de Madrid vestido así, con total impunidad, para ganarme su confianza… pero había un peligro. Nadie te dice que te contagias. Que es un virus. Infundir miedo en los demás, te da un chute de adrenalina y un subidón que ni el speed. Me di cuenta cuando una pareja, él seguramente español y ella negra, probablemente dominicana, se cruzaron conmigo al atardecer cuando me dirigía al McDonald’s de Moncloa por una pequeña calle peatonal que une Calle de La Princesa con Calle Isaac Peral. Me miraron, e inmediatamente ambos bajaron la vista acojonados, haciendo un esfuerzo por no volver a cruzar la vista. Mi reacción fue sacar pecho, levantar barbilla: subidón a mis 17, casi 18 años. Sonrisa molona. Serio. Defraudado. Vergüenza. Asco. ¿Qué me estaba pasando?
En mi cuarto en el colegio mayor tenía una esvástica en el corcho. Un día, entró un amigo gay a recoger unos apuntes y lo vio. Se le borró la sonrisa y salió pitando del cuarto. Me dio mucha vergüenza. Aun así, empecé a escuchar grupos como ‘Estirpe Imperial’, que sonaban a mierda, pero quería que me gustaran. Por Argüelles me persiguieron sharperos para darme una paliza, no caí en la cuenta de por qué, hasta que me vi reflejado en un escaparate mientras corría en dirección a Gran Vía para salvarme de una somanta de ostias sin parangón. Me había olvidado de la entrevista. Era dos personas en una, pero por un lado, pensé como ellos. Hasta me manifesté por las calles de Madrid con ellos. Algunos que conocí, genuinamente, me caían bien. Cuando me daba cuenta estábamos hablando de cosas triviales, eran personas normales, ¿por qué no lo podía ver la gente, que no eran radicales sino ciudadanos que luchaban por su país, que no hay vergüenza en ello, que solo defienden su cultur- “puto negro de mierda, moro hijo de puta” “¿Sabes cómo metes 100 judíos en un coche? ¡En el cenicero!”. Uf. Vuelta a la tierra. Esto no está bien, *****. Esto es muy serio. Esta gente está fatal, killo, y la gente de tu entorno, se cree realmente que eres un nazi.
Así que entrevisté a un pez gordo de Bastión y desaparecí de su ambiente. Me hice con una matrícula de honor en la asignatura. Muy poca gente de mi entorno la ha escuchado (aún guardo el mini disc) pero el contenido hiela la sangre. Y no, el que entrevisté no era skin. No llevaba la cabeza rapada. Era un niño pijo de familia adinerada, estudiaba Derecho en la Complutense. “Los descerebrados con los que te codeas son mis soldados. Igual que son de los míos, podrían haberse hecho rojos o guarros, no hay más. Pero yo, yo soy su general. Yo soy el que se codea con los que no se muestran y no se manchan. No te imaginas lo que se está moviendo en España, ****, lo que estamos consiguiendo. Estamos volviendo, ya se están despertando los camaradas italianos, alemanes, escandinavos, austríacos… La fiesta de los rojos se va a acabar, nosotros siempre volvemos” – me dijo ‘off the record’.
He visto desde el primer al último segundo de las principales intervenciones de Abascal. La primera vez, pensé que era un Podemos de derechas. Unos agitadores de bandera que buscaban, como todos los demás, su sillón, con un buen marketing político. Pero entonces, escuché cómo Abascal gritaba “¿¡Somos de extrema…!?” “¡NECESIDAD!” – respondía un auditorio lleno hasta las trancas. Añadía: “¡Nos llaman fascistas, extremistas! ¡Sus palabras nos las ponemos en el pecho como medallas!” Joder. Es que ni disimula el tío. Me pareció un político fascinante, extraordinario, y eso me acojonó. Era capaz de declararse completamente ultra derechista delante de toda España, llegando a los que conocemos su lenguaje, su forma de blanquear la intolerancia, la xenofobia, el fascismo… Pero sin llegar a asustar a los de derecha conservadora, más moderados, los del ‘no soy racista, tengo un amigo negro’, o ‘no soy homófobo, me encanta Elton John’, pero luego Dios les salve de tener un hijo maricón o una nuera negra. A esos, se los camelaba de maravilla.
Tengo amigos que les han votado. Y no les culpo. Algunos, eran votantes del PP, otros incluso votaron a Podemos tras el 15-M. Los extremistas, de todos lados, pescan a los desencantados, a los apaleados, a los que ya están hartos. Y la izquierda en España ha fracasado estrepitosamente, como está fallando en el resto de Europa, siendo el mayor creador de votantes para los extremistas. Porque la izquierda se ha olvidado de debatir, de la autocrítica. De que hay que ganarse el voto, no amordazar al que piensa diferente. Se han impuesto pensamientos únicos tachando todo lo demás de intolerancia y de fascismo. Y por criticar de forma brutal a posturas conservadoras, olvidándose de que estamos en democracia, tanto se ha gritado ‘lobo’ que ahora los lobos están aquí, sin ni siquiera disfrazarse de ovejitas, y están campando a sus anchas, creciendo. Y lo han hecho estupendamente: nadie se cree que el lobo ha llegado, ni cuando ya ha comenzado a devorarnos las piernas.
Tras las recientes elecciones en Madrid, VOX publicó la foto que acompaña mi post con un claro e inequívoco ‘Ya hemos pasao!’. No es una simple respuesta en defensa del ‘¡No pasarán!’ antifascista. Cuando Madrid cayó en 1939 en manos de Franco, Celia Gámez sacó un chotis con letras de Cotarelo que decía:
“Este Madrid es hoy de yugo y flechas,
es sonriente, alegre y juvenil.
Este Madrid es hoy brazos en alto,
y signos de facheza, cual nuevo abril.
Este Madrid es hoy de la Falange,
siempre garboso y lleno de cuplés.
A este Madrid que cree en la Paloma
hoy que ya es libre así le cantaré.
¡Ya hemos pasao!, decimos los facciosos.
¡Ya hemos pasao!, gritamos los rebeldes.
¡Ya hemos pasao!, y estamos en el Prado,
mirando frente a frente a la señá Cibeles.
¡Ya hemos pasao!”
Nunca he querido hablar de política en mi muro. No soy votante de izquierdas. Seguí a Podemos con interés cuando surgieron, me desilusionaron enormemente después. No hay partido que me llegue al corazón y, de todos modos, no puedo votar en las generales por no tener pasaporte español. Pero por favor, a los simpatizantes: quitaos las vendas. Por favor, indagad. Seguro que hay cosas que os gustan de ellos, Hitler también tenía propuestas e incluso llevó a cabo políticas positivas para su pueblo. El Estado Islámico también tiene algunos puntos en su ‘programa’ que, si se aíslan, son fantásticos, sobre todo en materia de ecología… Pero pensad en las formas y en los personajes. Pensad en quién vota a VOX y que, por asociación, sois lo mismo. No es un ‘pero los otros lo son más’, ese es otro debate. Hoy hablo. Y hablo de VOX. Y lo hago porque creo que tengo una historia que contar. Lo hago y lo puedo explicar con las palabras del pastor luterano alemán Martin Niemöller, cuando se refirió a la cobardía de los intelectuales alemanes tras el ascenso de los nazis al poder.
«Primero vinieron por los socialistas, y yo no dije nada,
porque yo no era socialista.
Luego vinieron por los sindicalistas, y yo no dije nada,
porque yo no era sindicalista.
Luego vinieron por los judíos, y yo no dije nada,
porque yo no era judío.
Luego vinieron por mí, y no quedó nadie para hablar por mí.»
No los invitéis a pasar. #neveragain.
